Si ya en tiempos de Darwin hubo mucho coetáneos opuestos al darwinismo (cosa totalmente comprensible si se habla de que fue una reveladora teoría, costosa de entender en plenitud para la época), resulta muy incomprensible que hoy día se continúe con una cruzada contra el darwinismo en círculos académicos y alejados de la ciencia.
A pesar de que la mayoría de científicos abrazan la esencia de la teoría, e incluso en el estamento religioso (Juan Pablo II, la aceptó a finales del siglo pasado), el carácter gradual de la evolución y el mecanismo de selección natural siguen en controversia, no siempre aportada por datos científicos.
No obstante, es cierto que en la época en que nació la teoría, eran pocas las personas que la aceptaron (ni siquiera acérrimos defensores de Darwin como Huxley), solo ciertos seleccionistas a ultranza como Wallace o Bates.
Las teorías de Darwin fueron criticadas en suma desde el principio, y no es de extrañar si contamos con que se elimina la necesidad de un diseñador divino y la existencia de una teleología cósmica o finalismo. También se desbancó al esencialismo al mostrar la inmensa variabilidad de la naturaleza y su casi infinita posibilidad de cambio con el tiempo, cosa muy arraigada desde la Grecia Antigua; se decía que el ciego azar no podía por sí solo crear la inmensa variedad de formas.
También se alega contra ella su falta de pruebas experimentales, cosa que no se aplica con la misma saña a ciencias como la cosmología o la geología, que no tienen en su mano pruebas fáciles de aportar. Y «por qué», me pregunto, si en el las más de 500 páginas del Origen de las especies están llenas de experimentos y demostraciones ejemplares. Y disciplinas enteras como la ecología evolutiva o la ecología de conducta utilizan la herramienta científica del método comparado. Además dio sentido a la conjunción por qué cuando se trata de explicar fenómenos naturales.
Hay quien se opone al darwinismo (como Popper) alegando que es tan poco científico que no puede ser falseado por pruebas experimentales (argumento erróneo, pues existen muchas salvaciones de la teoría).
Por otro lado existe una fuente de resistencia del rechazo a cualquier base biológica del comportamiento humano bajo el lema “todo en la conducta humana es cultural”, tradición científica en ciencias humanas que probablemente proviene de la creencia en una capacidad de progreso ilimitado de la Ilustración (hay cosas que no cambian ni con el tiempo, ¿no creen?).
Con toda esta parafernalia convulsa de estoicismo se hacía imposible explicar a los incrédulos cómo un atisbo de ojo podía tornar con el tiempo en el ojo tan perfecto de los cefalópodos.
Algunos de los opositores se refugiaron en principio en teorías alternativas como son las saltacionistas, neolamarckianas, para explicar adaptaciones sin la intervención del puro azar y las teorías ortogenéticas que presuponen una tendencia inmanente en los cambios evolutivos. Teorías, todas ellas, que supusieron un paso atrás, y que desgraciadamente dominaron durante más de medio siglo después del Origen de las especies el panorama de la biología.
Durante los ochenta años posteriores se produjo una gran diversidad de opiniones entre los biólogos evolucionistas que no beneficiaron a la propia teoría, ni mucho menos cuando se modificaba para ser utilizada como arma política. Se extendió con distinta suerte por Europa y parte de América, pero nadie aportó nada nuevo, solo caos. Solamente reseñar a August Weismann (1834-1914) quien hizo aportaciones sustancialmente nuevas a la teoría evolutiva al proponer la separación total de la línea germinal del soma durante el desarrollo embrionario (Darwin aún creía en la herencia de los caracteres adquiridos de Lamarck para explicar esto), pues los cambios no podían pasar de la línea germinal. Además fue el primero en comprender el extraordinario poder de la recombinación sexual para producir variabilidad genética y el primero en advertir sobre las ventajas evolutivas del sexo, algo que no se retomaría hasta un siglo después. También planteó el equilibrio de la longevidad que aporta la selección natural. Fue una importante figura para los biólogos posteriores al poner en boga la herencia de los caracteres adquiridos.
Tras la muerte de Darwin en 1882, los evolucionistas comenzaron a divergir en cuanto a sus concepciones. Los biólogos experimentales (embriólogos, fisiólogos y genetistas) enfocaron el problema de los cambios evolutivos sin tener en cuenta el problema de la diversidad de especies y de la variación geográfica, que eran el foco de atención de los naturalistas (zoólogos, botánicos y paleontólogos). Mientras los primeros daban primacía a experimentos de laboratorio, lo otros utilizaban el método comparativo de Darwin; y está claro, pues unos utilizaban para trabajar células y genes, y lo otros especies, poblaciones y taxones superiores.
Surgido de esta disparidad de criterios existió un enfrentamiento cuestionando la importancia que se le daba a la variación continua en caracteres y de los cambios graduales propugnados por Darwin con respecto a la variación discontinua y saltas evolutivos. Un número creciente de científicos concluyeron que la variación gradual era insuficiente para explicar las ubicuas discontinuidades observadas entre especies y taxones superiores.
El saltacionismo en evolución estuvo apoyado principalmente en De Vries, uno de los redescubridores de las teorías de Mendel. Achacaba la especiación al origen espontáneo de las especies por la producción súbita de una variante discontinua. Su argumento era totalmente circular: llamaba a cualquier variante discontinua una especie, por lo que las especies necesariamente se originaban por cualquier cambio que indujera una discontinuidad. Siendo esto base de su teoría de la Mutación.
Esta teoría tiraba por la borda la teoría de los naturalistas de la variación geográfica gradual, contraatacando estos al negar la importancia de los caracteres mendelianos, considerando importantes solo los caracteres cuantitativos, apelando al neo-lamarckismo o al ortogenetismo para explicar lo que Darwin hizo con la selección natural.
Así, el darwinismo apenas contaba con partidarios a principios del siglo veinte. Por otro lado, el rechazo entre filósofos, sociólogos o humanistas era generalizado.
Una nueva generación de genetistas, con Morgan a la cabeza, permitió la fusión de las teorías de Mendel y Darwin, dando al darwinismo la sustentación genética que le faltó en sus inicios. Este proceso, que culminó en la “Síntesis Evolutiva” de las décadas de 1939 y 1940 llegó a estas conclusiones: 1) Solo hay un tipo de mutación (macromutaciones y ligeras variaciones individuales son extremos de un continuo); 2) No todas las variaciones son deletéreas (existen neutrales y beneficiosas); 3) No existe herencia de caracteres adquiridos; 4) La recombinación es la principal fuente de variación genética dentro de las poblaciones; 5) La variación fenotípica continua puede ser explicada por acción de múltiples genes sin estar en conflicto con la herencia mendeliana; 6) Un gen puede afectar a varios caracteres fenotípicos; 7) La selección existe tanto en el laboratorio como en el campo y funciona.
Esta teoría fue el varapalo definitivo a la herencia de los caracteres adquiridos. Después de esta teoría, todo cambió y las Teoría Sintética se fue nutriendo de diferentes disciplinas como las matemáticas, además del naturalismo, la genética, la sistemática,…; siendo relevantes los nombres de matemáticos como Fisher, Haldabane y Wright y naturalistas como Chetverikov, Dobzhansky, Cain, Sheppard y E. B. Ford. Pero siempre bajo diferencias conceptuales, cosa que terminaría en un consenso, entre la selección natural y el gradualismo entre 1936 y 1947, el cual estaba basado en dos conclusiones: que la evolución es gradual y puede ser explicada por selección natural actuando sobre pequeños cambios genéticos y su recombinación; y que considerando a las especies como conjuntos de poblaciones reproductivamente aisladas entre sí y analizando su ecología se podía explicar el origen de la diversidad taxonómica como consistente con los mecanismos genéticos conocidos y con las evidencias de los naturalistas.
Esta recuperación del paradigma darviniano es iniciada con Dobzhansky y su Genética y el Origen de las Especies (1937) ha sido llamada Síntesis Evolutiva. Entre sus principales artífices nos encontramos a Dobzhansky, Huxley, Mayr, Simpson, Rensch y Stebbins. La síntesis del darwinismo consiguió establecer vínculos entre genetistas y naturalistas, haciendo a los primeros abandonar sus ideas tipológicas y a los segundos las de la herencia de los caracteres adquiridos. Además la síntesis del darwinismo y la genética tuvo un impacto grandísimo en muchas ramas de la biología y sigue siendo el paradigma científico dominante en el estudio de la evolución.
Tras la síntesis evolutiva, y especialmente en las últimas décadas, ha habido una auténtica explosión de estudios con relevancia evolutiva en temas que van desde la conducta animal y las interacciones ecológicas hasta la antropología y la psicología.
Una nueva rama en la biología, la biología molecular, experimentó un rápido crecimiento después del descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, confirmándose dos conclusiones: que todos los organismos vivos compartimos el mismo código genético (ascendencia común) y que cambios en la proteínas no afectan al ADN (no existe la herencia blanda).
No obstante, descubrimientos recientes sobre la herencia epigenética están haciendo mella a esta última conclusión, cosa que podría dar una nueva visión evolutiva, más amplia y permitir tasas evolutivas más rápidas, pero esto no está aún lo suficientemente contrastado. El paradigma weismaniano ha sido cuestionado, pues solo afecta a ciertos metazoos.
En definitiva, la genética está siendo un revulsivo para distintas ramas de la biología.
En el estudio de la selección natural y la adaptación ha habido una depuración de conceptos que ha permitido un avance en los campos de la ecología y de la etología. Se ha reconocido el carácter estadístico de la selección natural, se ha dado importancia a la filogenia y se ha permitido el método hipotético–deductivo en su estudio.
Otro campo donde se han recuperado las tesis darwinianas es el de la selección sexual, la forma de selección natural que afecta solamente a los individuos de un sexo, que se considera exclusiva del apareamiento, aún a costa de otros componentes de la eficacia biológica.
La biogeografía actual ha dado vida a las ideas ecológicas de Darwin y Wallace. Parece ser que no estaban tan equivocados en cuanto a los procesos de especiación que postulaban. Aunque el debate hoy día está servido.
A pesar de ello, en macroevolución es donde hay día existe un debate más estoico (ya lo vimos en entradas posteriores), aunque será un campo muy interesante si continúa su andadura. Pero que existan este tipo de debates sin agarrarse a particularismo no es perjudicial, pues no quiere decir otra cosa que la biología evolutiva goza de un momento de buena salud.
Y así termina un repaso histórico por le evolución preferencialmente, aunque lo más apasionante de una ciencia es que por cada nuevo paso que se da, aparecen lugares inexplorados para nosotros, que serán la avanzadilla de los que vengan después.
Gracias por su paciencia.
Bibliografía: Evolución, La Base de la Biología (2ª Edición)
11 septiembre, 2006
Evolución desde Darwin hasta nuestros días
Publicado por Paquillo Dubois en 1:32 p. m.
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